#COVID-19
Nos encontramos hoy frente a una realidad de matices apocalípticos, como en una pesadilla de la que quisiéramos despertar.
Pareciera que el mundo, a pesar de seguir girando se habría detenido en el silencio de la incertidumbre.
Los expertos no han precisado las consecuencias que habrán de venir al caer la tarde, pero lo que todos podemos deducir es el escenario es poco alentador.
El extenso porcentaje de la población que no tiene la opción del confinamiento queda expuesto al inmenso mar de posibilidades de contacto en mayor medida que quienes permanecen en casa; en tanto que quienes permanecen en el resguardo se exponen al espiral de información que como fórmula se repite en todos los medios.
El miedo y la incertidumbre han hecho de las noticias un lugar común que ya es viral.
Ante el confinamiento, queda hoy la posibilidad de confrontarnos a preguntas de carácter trascendente acerca de lo que somos como personas y como comunidad humana; queda el pensar en lo que la vorágine de los acelerados días nos arrebató; el silencio de la vida interior que nos han arreglado las luces posmodernas y los deliciosos colores de las redes.
Cuando esto acabe, la normalidad desgastada y las derrumbadas constelaciones de la sociedad serán edificios que aguardan un nuevo comienzo –imagen de la posguerra–.
Quien despierta luego de la pesadilla tendrá la posibilidad de participar en la reconfiguración de la realidad, tal vez desde una nueva perspectiva, tal vez desde la misma histeria con que nos acostamos ayer.
Lo segundo implicará un renovado aviso del caos, lo primero, tal vez una posibilidad para ver el mundo desde otra perspectiva, valorar la vida, lo divino, el sentido de la existencia, el oxígeno y el exquisito aroma de la convivencia humana y sus infinitas posibilidades.
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